Querido Antonio Zárate
En mi anterior carta, en la que te hablé de Oscar Wilde, te dije que me había pasado algo que te contaría en otro momento. Bueno, llegó ese momento.
Yo estaba recorriendo el monte, mirando para aquí y para allá, llenándome los pulmones del aire inigualable que se respira en este lugar del planeta.
De repente, una revelación me vino a la cabeza. ¡Eureka!, grité. Me había dado cuenta de que la enfermera me mandó a una casa de tatuajes porque ahí podría pintarme, sin problemas, de azul. ¡Eureka!, repetí instantes después de finalizar el descubrimiento.
Enseguida pensé que eso fue un modo de demostrarme preocupación por mí, y me emocioné, me puse feliz, el pecho se me infló de ilusión y esperanza. Luego me dije que tendría que ir a agradecerle y, así, aprovechar para volverla a ver e intentar algo con ella.
Antes tendría que tatuarme de azul, reflexioné, porque si no qué le digo, ¿que aquella vez fui pensando que me había invitado a salir y cuando vi que la cita, en realidad, era con un rinoceronte en una casa de tatuajes, me fui sin dudarlo? De ningún modo, quedaría como un idiota. No puedo decirle que no me di cuenta que me había mandado a ese lugar para que me pintara de azul sin problemas.
Sin embargo, no quiero pintarme de azul, me dije. Ya soy Azul, me lo dijo el monte. No hace falta pintarme...
Finalmente, decidí no pintarme un cuerno, y cuando ella me preguntara por qué no lo hice, le diría que el rinoceronte que me recomendó se rió cuando le dije lo que quería y, además, me propuso, mejor, que me pintara de rosa. Y entonces agarré y le respondí con una patada en la mandíbula, le dije que nadie se burlaba de mí y salí triunfante rumbo al monte, donde caminé descalzo un par de horas.
¡Eureka!, me dije, luego de maquinar mi plan. Estaba seguro que la iba a impresionar con esa historia, y que caería rendida a mis pies. ¡Ah, seremos tan felices juntos!, exclamé, lleno de ilusión, convencido de que mi idea resultaría perfecta.
Sin embargo, las cosas no resultaron como las imaginé...
Apenas llegué, me encontré con que el Hospital no exisitía más, había sido demolido, y en su lugar construirían un club de barrio, según me comentaron unos vecinos. ¡Ah, se me vino el mundo encima! Enseguida averigué el destino del Hospital, y me dijeron que había sido trasladado hacia otro lugar, con instalaciones a estrenar. ¡Allá vamos!, exclamé.
Evidentemente, no era mi día: una vez en el nuevo Hospital, no encontré a mi enfermera de ensueño. Estaba de vacaciones, y volvería en dos semanas. Es decir... ¡el próximo lunes! ¡Ah, Antonio, no sabés cómo espero por ese momento, que ya está por llegar!
Bueno, ahora me despido, hasta la próxima, donde te contaré qué pasó. ¡Que la suerte esté de mi lado!
Abrazo de paz
El Maestro Azul