2° carta

Lo bueno del sol, lo malo de la pintura

Querido Antonio Zárate

Lo de pintarme de azul, más allá de mi entusiasmo previo, no fue una buena idea. Al día siguiente de hacerlo, es decir, después de haberte escrito la primera carta, por la noche, repentinamente caí contusionado al piso, sin poder respirar. Después de veinte minutos así, como pude, tomé fuerza, me subí al learjet y fui a Groznyj, en busca de un médico.

Por suerte, encontré rápido un hospital, en el que fui atendido por el doctor Mijaíl Tsvet, que no dejó de sorprenderse por los motivos de mi presencia ahí.





A pesar de que ya había tomado dos semanas de clases de ruso, no pude decirle más que "hola" en su idioma; el resto de la charlado fue, como pudimos, en inglés.

—I fell so bad, doctor—le dije.
—Oh, god...—contestó, mirando, absorto, que tenía mi cuerpo pintado de azul, de arriba a abajo—. I will help you—agregó.
—Thank you very much, tordo—dije, y me desmayé.


Cuando desperté, no tenía más pintura en la piel. Ya me sentía bien. A mi lado había una enfermera, rubia, alta, atractiva; le pregunté por el doctor Tsvet y me respondió algo que no entendí.

Me levanté, me puse mi ropa, me despedí de la mujer y le di las gracias, y me fui de nuevo hacia el monte. ¡Qué linda esa enfermera, por favor! ¡Y cómo extrañé al Elbruz mientras estuve en el hospital!


Hoy me levanté y me puso feliz ver que el sol había salido una vez más. Creo que hace unos diez días que me pasa lo mismo cada mañana que despierto. Me parece que esta sensación diaria vino para quedarse.... ¡bienvenida sea!

Hace mucho tiempo, según leí en Hace mucho tiempo... (1), los indios Tretonechtes no dormían por la noche; se la pasaban pidiendo que el sol saliera otra vez, y una vez que aparecía, festejaban y dormían hasta el atardecer. Y así todos los días.


Sé que hubo un montón de grupos humanos más que hacían lo mismo. Tengo planeado interiorizarme un poco más en este tema, ya que me resulta muy interesante. Por ejemplo, me gustaría saber en qué consistían precisamente esos festejos por la llegada del sol; no sé por qué pero me figuro a los Tretonechtes como unos fiesteros de aquellos.

Me apena un poco saber que hay tanto por conocer, porque sé que no hay forma de conocerlo todo. Con recurrencia pienso que a medida que uno más aprende, más se da cuenta de lo poco que sabe, de lo mucho que le falta saber. Este pensar está reflejado y profundizado de modo delicioso en Tao Te King (2), el libro fundacional del taoísmo.

A veces me dan tantas ganas de tener el Delorean de Volver al futuro e irme lejos en el tiempo, hacia atrás, y ser parte de otro momento de la historia de la humanidad...
Tal vez estar ahí, junto a aquellos indios, clamando en vilo toda la noche para que el sol aparezca una vez más.
Y por qué no ir hacia un lugar en el pasado que sólo conocen los que lo habitan, como una suerte de ciudad no descubierta, en la que sus ciudadanos no saben de dinero, trabajo, impuestos, teléfonos celulares; sólo saben de dormir, comer, bailar, reír, tirarse a nadar en el río, jugar.



Hay algo que quiero dejar claro, se trata de mi nombre. A pesar de la mala experiencia con la pintura, sigo siendo El Maestro Azul; en primer lugar, porque sería poco serio de mi parte andar cambiando de nombre como de calzoncillo, y en segundo lugar, porque sucedió algo impresionante que me indicó que mi nombre, definitivamente, es Azul. Esto segundo no te lo contaré ahora, ya que no sé si estoy autorizado a hacerlo; lamento el misterio que dejo sobre esta cuestión. Si todo sale bien, si recibo el permiso, te haré saber esto que no te conté en mi próxima carta.

Bueno, Antonio, llegó el momento de despedirme. Tengo planeado sentarme en un sillón, con vista a la inmensidad del cielo del monte, tomar algo caliente y pensar en la enfermera... Será hasta la próxima.

Abrazo de paz
El Maestro Azul

(1) Jesús González Sánchez, Galicia, Editorial Julio Salinas y el gol de cabeza, 1985.
(2) Lao Tsé, 600 A.C.

1 comentario:

Abelcaín dijo...

Me imagino la cara del Maestro cuando se fuera a despedirse de la enfermera...en ese momento en que la saludaba en ruso...y ella respondía en el mismo idioma...cual habrá sido la expresión del Maestro al darse cuenta que la enfermera tenía la lengua pintada de azul!!!???...
Muchas hipótesis se crean en mi ya atribulado cerebro...pero la más certera, creo yo...es que se les había acabado la gasa y el alcohol en el hospital...
Benditos recursos alternativos...

Un saludo Maestro! supongo que la piel no podía oxigenarse con toda la pintura azul...pero el azul lo llevamos todos por dentro desde ahora...
(casi lo puedo ver...caminar por la ladera de la montaña...con su corona y su silla desplegable...igual que en el video de Depeche Mode...Enjoy the Silence!...)